La accesibilidad no es un lujo

José Luis Calo
Coordinador UCIN Galicia

Coordinador Provincial UCIN Galicia (Unión de Ciudadanos Independientes)

 

 

 

En Galicia siempre decimos que somos una tierra que cuida a los suyos, que respetamos a nuestros mayores y que valoramos la cercanía. Pero basta dar un paseo por cualquier pueblo o ciudad para ver que esa imagen no siempre coincide con la realidad. Miles de personas, sobre todo mayores de 65 años, siguen encontrándose cada día con escalones imposibles, aceras rotas, portales sin rampas o edificios públicos que no están adaptados. Y no son casos aislados: el 77% de quienes tienen movilidad reducida tropieza cada día con barreras que les complican algo tan básico como salir de casa. Es una cifra enorme, y detrás de cada número hay una persona, una historia y una vida que se hace más difícil de lo que debería. 

 

Cuando hablamos de accesibilidad, no hablamos de un lujo. No hablamos de mejorar la estética de un barrio. Hablamos de permitir que un abuelo pueda ir a buscar el pan sin pedir ayuda, que una mujer joven con discapacidad pueda trabajar o estudiar con normalidad, que alguien que se ha lesionado temporalmente pueda seguir moviéndose sin quedar aislado. La accesibilidad es libertad. Y sin embargo, a pesar de que Galicia tiene desde 2014 una ley que obliga a adaptar los espacios públicos, la mayoría de los ayuntamientos sigue sin cumplirla. Diez años después, muchos concellos siguen mirando hacia otro lado mientras miles de personas ven limitada su vida social, su ocio e incluso sus actividades dentro del propio hogar. 

 

Esto no debería ser un tema político ni un debate eterno. Es una cuestión de humanidad y de sentido común. Todos, absolutamente todos, jóvenes o mayores, podríamos necesitar un entorno accesible en algún momento de nuestra vida. Nadie está libre de una caída, una enfermedad, una operación o simplemente del paso del tiempo. Por eso es tan importante que la Xunta actúe de manera decidida, que exija el cumplimiento de la ley, que impulse inspecciones reales, que destine recursos suficientes y que coordine a los ayuntamientos para que dejen de posponer algo que lleva demasiado tiempo esperando. 

 

Una sociedad que presume de cuidar a su gente no puede permitir que miles de personas vivan encerradas por culpa de unas barreras que deberían haber desaparecido hace años. La accesibilidad no es un favor; es un derecho. Y como escuché una vez, “lo que se retrasa en justicia se convierte en injusticia”. No podemos seguir retrasándolo. 

 

Ha llegado el momento de pasar de las palabras a los hechos. No mañana. Hoy. Porque cuando hacemos nuestras ciudades más accesibles, hacemos también una Galicia más humana, más justa y más digna. 

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