Decía una canción de Joan Manuel Serrat, con letra del poema Cantares de Antonio Machado, que: “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”. Una letra que refleja lo efímero de nuestras vidas y que el futuro lo marcamos nosotros, dicen, aunque algunos crean que nos viene marcado.
En la vida política, quienes marcan los aconteceres son los políticos. En este año que termina, la clase política ha estado convulsa como hacía tiempo que no lo estaba. Eso nos tiene preocupados a los “espectadores” o “contadores” de lo que sucede, nada agradable, por cierto.
No haremos un resumen de lo acontecido, que no es poco. La política se ha convertido en dos cosas bien distintas: un ring donde los protagonistas no respetan las reglas del juego y los golpes se dan en esas zonas donde están prohibidas darle al contrario. No les importa que los espectadores que han pagado “la entrada” reciban un mal ejemplo al no respetarlas. Por otro lado, el esperpento escenificado en ese teatro en el que se ha convertido la política dejaría pasmado al mismísimo Valle-Inclán
Cualquiera de las dos situaciones nos debe llevar a la reflexión, aunque, como dirían algunos, “no es época de reflexionar, sino de disfrutar de todo lo que nos proveen estas fiestas”, claro, si se dispone de dinero para pagarlas, cosa que en estos tiempos anda escaso.
El espectáculo ofrecido gratuitamente por los políticos, en mayor o menor medida, con un comportamiento poco ejemplar, demuestra la degradación en la que se ha convertido la política. Situación que no debe producirse el próximo año. Han dejado de lado los valores, motor de la acción humana, los que mueven el mundo, según ha dicho más de una vez la filósofa Adela Cortina, quien hacía una reflexión sobre la necesidad de “acondicionar el mundo y hacerlo habitable”. Aplicación que se puede hacer a la política, que ha llegado a límites en los que la gente ha perdido la esperanza y la ilusión, para dar paso a la desconfianza casi total en los políticos: no les tienen confianza, no se los creen porque mienten sin ruborizarse y, para colmo, la corrupción y la falta de transparencia son más que evidentes.
La justicia, otro de los pilares de una democracia, ha sucumbido; la sociedad le ha perdido el respeto de antaño: “la justicia ya no es justicia”. Todo ello, y alguna cosa más, ha hecho que la desconfianza se haya apoderado de la gente, que está viendo cómo el mundo se está convirtiendo en un lugar invivible. ¿Es solo la sensación que se tiene en España? No, pero es lo que nos toca vivir más de cerca. Decía Séneca que “no hay viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”, y eso está ocurriendo con los políticos que deben llevar a buen puerto a este país, gobiernos y oposición. La responsabilidad es de todos.
El viento que sopla en el mundo no es bueno (no solo por los efectos del cambio climático). Se tiene la sensación de que este mundo está gobernado por personas malas: el mal se ha apoderado del mundo, y los ejemplos los tenemos a diario, y sus nombres no hace falta escribirlos. No les importa hacer daño a los demás; es más, disfrutan haciéndolo. Solo les importan tres cosas: poder, dinero y hacer daño gratuito al prójimo. Son psicópatas, narcisistas y despiadados.
Como ya estamos en 2026, lo que se le pide es un cambio en la manera de actuar de los políticos: que dejen de insultarse, que dialoguen, que lleguen a pactos (los dos grandes partidos), que den ejemplo, que su prioridad sean las personas y que devuelvan la ilusión y la esperanza en el sistema (así la ultraderecha dejará de subir), y que con ello transmitan entusiasmo por el futuro. El pasado, como en el calendario, ya ha pasado página. Los sueños, en ocasiones, se cumplen si se trabajan.
Y, claro, no me puedo olvidar de la libertad de expresión, que sigue amenazada; su defensa se hace muy necesaria. Decía el Gran Perich que “gracias a la libertad de expresión hoy ya es posible decir que un gobernante es un inútil sin que nos pase nada. Al gobernante tampoco”. Y que la ciudadanía tenga la información de lo que está ocurriendo.
Feliz 2026, y que la solidaridad no se quede solo en palabras.
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