Luz y oscuridad

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21


Hace unos días, mientras preparaba una entrevista a María Rosa Álvarez Prada, decana del Colegio Oficial de Psicología de Galicia, pensaba en el suicidio, un pensamiento que ronda la cabeza de más de uno, y cómo tratar un tema tan delicado ante una persona versada como ella. A veces nos viene a la cabeza solo para reflexionar sobre él, sobre la desesperación, la determinación y la valentía necesarias para poner el punto y final (lo cierto es que no sé si definirlo como valentía, pero a falta de un término mejor hablaré del valor de alguien que decide poner fin a todo. ¿O se acerca más a la cobardía?). En otras ocasiones es un pensamiento fugaz que nos atraviesa en un momento difícil, dejando una huella de vergüenza por siquiera coquetear por un milisegundo con esa idea. Sin embargo, muchas más personas de las que creemos llevan a cabo, y con terrible éxito, ese plan. Algo que se podría evitar en muchos casos con un poco de atención profesional, lamentablemente escasa estos días.


La verdad es que se habla poco de suicidio. Demasiado poco si tenemos en cuenta que es, según la OMS, la segunda causa de muerte no natural más común entre los 15 y los 29 años de edad. O al descubrir que Galicia es uno de los puntos negros en el “mapa de suicidios” nacional. Un estudio de la revista ‘Psiquiatría y Salud Mental’ expone que entre los años 2000 y 2012, solo en A Coruña, se suicidaron 67,9 mujeres por cada millón de habitantes, una cifra que en hombres se dispara hasta los 216,6, datos que solo superan Almería, Jaén y Málaga. O que en Galicia más 225.000 personas cunsumen antidepresivos.


Normalmente el suicidio se asocia a personas con trastornos mentales o que atraviesan dificultades económicas o personales. Sin embargo, a veces sencillamente hay personas que son incapaces de hallar la felicidad aunque los demás supongamos que no tienen motivos para ser desdichados. Pero, ¿cómo saberlo? Cada persona es un mundo. El gran desafío en realidad es conseguir que este tema deje de ser un tabú y todas esas personas puedan hablar con libertad de sus problemas y reciban toda la ayuda necesaria sin recibir reproches.


Es trabajo de los medios conseguir que se haga visible este problema del que muchos no se hacen eco por medio a “alentar” futuros intentos, pero también de las administraciones, que en la mayor parte de los casos optan por mirar a otro lado. En realidad, es trabajo de todos y lo cierto es que se están dando pasos para ello. Si tecleas “suicidio” en Google, el buscador lo primero que te ofrece es ayuda, facilitándote el llamado “teléfono de la esperanza. No todos buscan la palabra suicidio en internet para buscar cifras o informarse del tema, como es mi caso. Tristemente, las intenciones de alguien que busca esa palabra en la red suelen ser más oscuras. Estremece pensar cuantas personas habrán hallado en el buscador “ideas” o “la mejor opción”.


No hace mucho me contaron que un psicólogo de mi zona se suicidó. Si incluso un psicólogo solo encuentra esa vía de escape, ¿qué esperanza nos queda a los demás? En este punto, recuerdo las palabras de mi primo Antonio, al que el suicidio le tocó de cerca cuando, durante las fiestas del pueblo, el hermano de un amigo apareció colgado de una viga. Sobre el motivo por el que un muchacho joven, con una vida normal y todo el camino por delante toma esa decisión, Antonio siempre recurre a una explicación tan conmovedora como escalofriante: “Alguien que decide hacer eso lo hace en un día de oscuridad…o en un día de luz”. Elijan ustedes.

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