#Claves de la semana

​La hostelería de la ría de Pontevedra logra zafarse del miedo con trabajo y medidas de prevención

El Grupo de Acción Local do sector Pesqueiro Ría de Pontevedra (GALP) hace un repaso a cómo ha sido la reapertura para alguno de los locales más simbólicos e importantes de la zona.


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El Grupo de Acción Local do sector Pesqueiro Ría de Pontevedra (GALP) hace un repaso a cómo ha sido la reapertura para alguno de los locales más simbólicos e importantes de la zona.


El miedo de la ciudadanía a un posible rebrote o a que los locales de ocio puedan ser un foco de contagio ha resultado ser el mayor enemigo del sector, que sin embargo parece haberse impuesto a base de esfuerzo por cumplir con todas las recomendaciones higiénico sanitarias y garantizando seguridad y calidad a todos sus clientes.


Quinta San Amaro

La hostelería pontevedresa lucha para sobreponerse al impacto de la crisis | Foto: GALP


Manuel Muñoz Pesqueira es la tercera generación de hosteleros al mando de Casa Pilán, negocio marinense con más de cien años de historia. El restaurante, que abrió en 1909, nunca había cerrado sus puertas hasta la llegada de la Covid-19. “Ya pasamos otra pandemia, la del 1918; de hecho, mi abuelo murió en 1919 por la gripe española pero no cerramos, tampoco cerramos en la Guerra Civil”, Muñoz recorre el hilo de la historia con cierta nostalgia. “Yo llevo treinta y un años en el negocio y solo paramos ahora porque era obligatorio”, la pandemia puso fin a ciento once años de servicio ininterrumpido. Otros negocios del área de la ría de Pontevedra también tuvieron que tachar fechas simbólicas de sus calendarios; el Hotel Restaurante Loureiro, una empresa familiar regentada por cuatro hermanos, iba a celebrar este 6 de julio su cincuenta aniversario. Su responsable, Manuel Martínez, reconoce que “me queda la espinita de no poder hacer una fiesta”. En la misma tesitura están en el Muíño da Chanca, restaurante que no tendrá ocasión de celebrar sus bodas de plata en Meaño.


La Covid-19 hizo tambalearse los cimientos de unos negocios consolidados y de reconocida trayectoria que forman parte de la evolución económica y social de los territorios en los que se asientan. Con ellos habló el GALP Ría de Pontevedra, para conocer el estado de la hostelería en su área de influencia durante la Fase 2, iniciada el pasado 25 de mayo.


REABRIR CON MASCARILLAS 

Según el ‘Estudio de Sentimiento del Consumidor en Restauración’ llevado a cabo por el The NPD Group, un 59% de las personas consumidoras españolas asegura que volverá a los bares, restaurantes y cafeterías en el primer mes de reapertura. No obstante, un 57% de las personas entrevistadas considera que los locales de restauración serán lugares de riesgo para contagiarse y un 63% solo seleccionará aquellos restaurantes, bares y cafeterías que conoce y en los que confía. Por esto, la correcta implementación de las normas higiénico-sanitarias y de distanciamiento social resultan vitales para el futuro de los negocios hosteleros y de aquellos sectores que giran a su alrededor: productores primarios, proveedores, distribuidores, comerciales, etc.


Casa Pilán volvió al trabajo el primer día de la Fase 2. Este negocio centenario trabaja “con la gente del puerto” y, según su dueño, antes del confinamiento estaban dando casi cien comidas al día; ahora, no llegan a las veinte. En Bueu, el Restaurante Hotel Loureiro abrió sus puertas el sábado, 30 de mayo. “Tanto el sábado como el domingo abrimos con bastante recelo  por nuestra parte pues todo esto es un tema nuevo. Fue cómo abrir de nuevo”, asegura Manuel Martínez, responsable del negocio. Ese fin de semana recibieron “bastante gente” aunque “hasta que no se libere un poco la movilidad interprovincial no vamos a tener la afluencia de gente que esperamos”. En el ayuntamiento de Meaño, la Quinta de San Amaro volvió a la actividad a finales de mayo, y, tal y como lo ve su responsable y cocinero, Julio Ouviña “no nos podemos quejar” porque “se trabajó muy bien los fines de semana, algo menos entre  semana pero la gente está encantada y las impresiones son buenas”. A menos de cuatro kilómetros, el Muíño da Chanca esperó al 2 de junio. El local estuvo cerrado al público durante todo el confinamiento. Sin embargo, los fines de semana la clientela podía acudir a recoger los pedidos que hacían por teléfono; una manera de seguir trabajando y en contacto con los clientes. Antonio Domínguez, que regenta el local junto a su hermano, explica que la reapertura fue buena y que en todo momento “intentamos buscar la manera de hacerlo práctico tanto para los clientes como para nosotros”, algo difícil en un local con unas “características complicadas: antiguo, de piedra, con dos comedores, escaleras... hubo que hacer varias adaptaciones” pero de momento “lo vamos llevando”.


Julio Oviu00f1a QUinta San Amaro

Julio Ouviña, cocinero de la Quinta de San Amaro | Foto: GALP


Domínguez se sincera con respecto a las normas surgidas a raíz de la pandemia: “Lo de la mascarilla es lo que peor llevo, pero no queda otra”. Las nuevas directrices higiénico-sanitarias y de distanciamiento social suponen un enorme esfuerzo para todos los implicados en la cadena  de trabajo de un negocio hostelero. Los profesionales del sector reconocen las dificultades logísticas, económicas y personales que implica la adopción de unas medidas que impactan directamente en el fondo y forma del trabajo diario. En el Hotel Restaurante Loureiro “el servicio que antes hacías en una hora ahora te lleva más tiempo por la complejidad”, explica Martínez. Mientras, en casa Pilán, se esforzaron al máximo en minimizar el contacto con el servicio: “Gestionamos para que la gente esté siempre a dos metros, tenemos los cubiertos embolsados en bolsas de papel, con servilletas y todo; el pan también envasado va en otra bolsa de papel...”, describe Muñoz. En su local reabrir fue “como volver a empezar”, la pandemia “nos hizo replantearnos muchas cosas a nivel de organización”. Una reorganización tanto de trabajo como de espacios que para algunos negocios fue más sencilla que para otros, Ouviña de la Quinta de San Amaro considera que “en las cocinas las normas no suponen un gran cambio porque siempre trabajamos con medidas higiénicas y con cuidado”, cambian algunas cosas como “el emplatar con mascarilla” pero no suponen un cambio radical. En su caso, lo más llamativo para los clientes fue la disposición de las mesas: “ahora los salones están más vacíos y tenemos mucho espacio entre mesas” por lo que “podemos guardar las distancias sin problema y hacer que la gente se sienta cómoda y segura”.


Para estos profesionales del sector una de las sorpresas al adoptar las nuevas medidas obligatorias fue la respuesta positiva de la gente. “Me sorprendieron gratamente. Cuando fue de fumar teníamos miedo de decirle a la gente que no se podía fumar pero no pasó nada, ahora la gente entra y usa el gel, se lava las manos, hace turnos de espera. La gente es muy prudente”, explica Muñoz. Esta visión también la comparten en el Muíño da Chanca y en el Hotel Restaurante Loureiro. En este último, para agilizar el servicio, reparten a los comensales entre sus tres comedores. En general, la gente se adapta bien a la nueva realidad. Con todo, siempre hay quien resalta entre la multitud y “hay clientes que no llevan un control de la distancia, del uso del gel; puede que por rutina o no sé, pero no hacen caso”, reconoce Antonio desde su local de Meaño. Incluso hay a quien le cuesta abandonar los viejos hábitos como pedir la carta, en la Quinta de San Amaro “procuramos que los clientes pidan por el QR”, explica el cocinero, pero “a los mayores les cuesta adaptarse mientras que los más jóvenes están habituados a usar estas tecnologías”.


En la empresa familiar de Manuel Martínez la pandemia no solo afectó al restaurante también supuso la cancelación de multitud de eventos (bodas, bautizos, comuniones) y de las reservas  de habitaciones en el hotel. Sobre los eventos no saben cuando podrán volver a realizarse en condiciones que garanticen la seguridad y el cumplimiento de una normativa que aún no está clara. En lo que respecta a las reservas de hotel, empiezan a ver cierto movimiento. “Este fin de semana tuvimos dos habitaciones” pero lo que más le sorprende a este hostelero es que “ya tenemos reservas para julio y agosto, gente que viene aquí año tras año”. La gente parece tener ganas de recuperar la normalidad. La misma experiencia vivieron Ouviña y su negocio: “Se cancelaron muchos eventos, comuniones especialmente, pero también hubo mucho cambio de fechas”. Del mismo modo, ahora están recibiendo reservas para eventos de corte más íntimo y familiar, así como un buen número de reservas de hotel para los meses de julio y agosto.


"ESTO NO SE PARECE A LA CRISIS DE 2008"

Si hablamos de futuro parece que las fuerzas flaquean. Esta crisis, la de la Covid-19, no se parece a nada de lo que vivieron antes, no hay una hoja de ruta, solo dudas. Por ello, los hosteleros agradecen la ayuda que están recibiendo desde sus ayuntamientos, una ayuda que para algunos puede suponer la diferencia entre seguir adelante o cerrar definitivamente. “Estamos recibiendo mucha ayuda del ayuntamiento de Marín”, asegura el interlocutor de Casa Pilán, “nos trajeron un código QR para las mesas de fuera, no cobran la terraza y dejan que la ampliemos, incluso enviaron al ingeniero municipal para explicarnos como colocar las mesas, enviaron mascarillas, gel...”. Resumiendo “está funcionando que es una pasada”, declara Muñoz sobre las medidas incluidas en el Plan de Reactivación Local de la villa y la iniciativa Marín en Red. En Meaño “el ayuntamiento informa a los negocios a través de un grupo de Whatsapp y también vía email”, cuenta Domínguez y asegura que aun siendo “un ayuntamiento pequeño, lo hicieron lo mejor posible”.


A pesar de los esfuerzos tanto desde la administración pública como de los propios hosteleros, es posible que desaparezcan negocios barridos por la pandemia y, por extensión, se destruyan muchos puestos de trabajo. Manuel Muñoz se muestra seguro de lo que está por venir para gran parte del sector: “Aquí muchos de los que trabajamos somos familias. La mayoría de los locales son nuestros. Así que vamos a aguantar porque es de lo que vivimos pero aquel que tiene un gran alquiler, la gente que lleva poco y que tiene hipotecas puede que acabe cerrando”. Por su parte, Martínez también habla con cierto derrotismo de los próximos meses “Nosotros las crisis siempre las afrontamos bien pero esta vez, no sé, no le veo mucha salida.”. Achaca su pesimismo a la incertidumbre porque “no sabes si habrá un rebrote después” y reconoce que tienen miedo “a que esto vuelva en septiembre u octubre”. Tras pasar por un ERTE, ahora están trabajando nueve de los once empleados, pero ¿qué hacer cuando el ocio es lo primero de lo que prescinde la gente cuando la economía se retrae? Antonio Domínguez considera que la apertura de la hostelería tira de otros sectores y que el tejido económico local se verá favorecido por la reapertura. Con todo, espera que la movilidad interprovincial reactive el comercio en su localidad y en su negocio, ya que un porcentaje bastante grande de su clientela son visitantes con segunda residencia. El turismo nacional también supondrá un alivio para la Quinta de San Amaro que espera poder salvar parte de la campaña de verano “si no hay un rebrote” porque ahora mismo “nuestras previsiones son buenas con reservas en el hotel para julio y agosto, casi completo; y también para el restaurante”, detalla Ouviña.


La crisis de la Covid-19 en nada se parece a la de hace doce años. Al recordar la crisis del 2008 Domínguez y Muñoz coinciden en que fue una crisis fuerte pero lenta, que afectó especialmente a un sector el de la construcción - y que, poco a poco, se fue dejando sentir en otros. Cierto que hubo negocios que cerraron y otros que vieron reducidos sus ingresos pero “si ganabas dos mil euros pasabas a ganar mil, no cerrabas el negocio”, recuerda Muñoz. Lo que está sucediendo ahora es algo totalmente diferente. “Es un desastre”, afirma el dueño del Muíño da Chanca,  “esta vez fue todo muy rápido y en todos los sectores a la vez”. La recuperación se le antoja larga y difícil, pero Muñoz no se da por vencido: “Me tengo que jubilar aquí, tengo que aguantar como sea. Yo no cierro. Y espero no tener que echar a nadie”, manifiesta decidido este hostelero de 58 años con más de tres décadas de duro trabajo a sus espaldas.

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