JÓVENES-ADULTOS Y PENSIONES DE VEJEZ

Luis Moreno

Ha cobrado carta de naturaleza la expresión que mezcla etapas de la vida hasta hace poco bien diferenciadas. Con el vocablo ‘joven-adulto’ se quiere ilustrar un período vital en el que las fronteras etarias entre ambos grupos sociales se difuminan, creando una categoría sociodemográfica a caballo entre la juventud y la adultez. La sociología clásica estudiaba los llamados ‘ritos de pasaje’ como aquellos cambios de estatus en los que los ciudadanos adoptaban nuevos roles sociales. El abandono del hogar familiar para crear uno propio solía indicar el comienzo de un nuevo estadio vivencial, previsible por su pautada ocurrencia. Ahora, los jóvenes-adultos asumen sincréticamente roles de ambas edades sin solución de continuidad. Para ciertos asuntos se muestran inexpertos y para otros sobradamente preparados. Los pasajes son múltiples y lo ritos variados.



Como bien ha investigado el profesor Gentile de la Universidad de Zaragoza, los denominados jóvenes-adultos de edades comprendidas, grosso modo, entre los 25 y los 34 años pugnan por su independencia contando con la fuerte microsolidaridad aún existente en sus familias, pero lastrados en sus aspiraciones emancipadoras por la falta de oportunidades. A resultas de ello, se genera una pluralidad de grupos de jóvenes-adultos como «ambiciosos», «ventajistas», «confiados», «resistentes», «bloqueados», «suspendidos» «equilibristas» o «navegantes», de acuerdo a la lógica de aquellos con posibilidades de mejora respecto a la posición de sus padres, de aquellos otros con riesgos de empeorarla y de los que buscan trayectorias inéditas.



Según los datos disponibles de la Encuesta de Población Activa, de los casi 39 millones de ciudadanos en edad de trabajar (mayores de 16 años), un 6,5% del total pertenecen a la categoría joven-adulto. Si a ese porcentaje se suma el correspondiente al grupo de edad de 35 a 44 años, el cual sigue absorbiendo jóvenes-adultos del grupo precedente, resulta que una tercera parte del total poblacional pertenece a la cohorte entre 25 y 44 años y es similar al colectivo de 55 y más años. Nótese, empero, que mientras un 90% del grupo entre 25 y 44 años son personas laboralmente activas (dispongan o no de empleo remunerado), sólo el 22% de los ciudadanos mayores de 55 años son activos. Ello es lógico teniendo en cuenta el número de jubilados en este veterano grupo de edad. Si se agrega el dato de que la jubilación efectiva en España se sitúa en torno a los 64 años, y que la esperanza de vida ha superado ya los 82 años, queda sintéticamente enmarcada la discusión sobre las pensiones suscitada hace unos días por el Gobernador del Banco de España.



Manifestaba la máxima autoridad de supervisión bancaria en el Congreso de los Diputados que la situación demográfica en nuestro país haría inexorable una reducción de las pensiones a largo plazo, lo que podría evitarse si los ciudadanos decidieran complementar sus pensiones mediante otras vías, como son los planes ocupacionales (con la aquiescencia del empleador) o los privados. No se mencionaba la posibilidad de que un aumento de la productividad permitiría también financiar a un mayor número de pensionistas aún con una fuerza laboral reducida. Para el Gobernador, los jóvenes deberían ahorrar porque su pensión futura quizá sería insuficiente.



Como se sabe el sistema contributivo de pensiones español es de reparto (pay-as-you-go, en terminología anglosajona), lo que implica que los trabajadores formales y cotizantes a la seguridad social hacen posible simultáneamente el abono de las pensiones a los jubilados. A diferencia de otros sistemas, como el de capitalización individual, el conjunto de la fuerza laboral comparte solidariamente sus contribuciones al sistema público de previsión social. No pocos ciudadanos piensan que la percepción de la pensión es una obligación individualizada que el Estado tiene con los pensionistas. En realidad se trata de un sistema de redistribución en ‘tiempo real’ mediante el cual los activos que trabajan transfieren rentas a los pasivos que han trabajado.



El gasto en pensiones es la mayor partida presupuestaria en los Estados del Bienestar europeos. En España, alcanza un 11% del PIB, porcentaje mayor que los correspondiente a Sanidad y Educación juntos. Sin embargo, es 2 puntos porcentuales menor a la media de la UE y se encuentra lejos, por ejemplo, del 16% de Italia. No, no puede aseverarse ni objetiva ni comparativamente que nuestro sistema de pensiones esté en una mala situación. Naturalmente, el contable mayor del Reino, si se me permite la expresión, ejercita su función avisándonos de lo que podría suceder en un futuro a largo plazo. Como a menudo se plantean en la investigación social, tales vaticinios son como profecías que se autocumplen estimulando acciones humanas colaterales (contratando, por ejemplo, planes de ahorros privados).



En realidad, la superación de la presente crisis económica tendría un efecto balsámico. Recuérdese que en el período anterior al ‘crack’ financiero de 2007-08 se propició un aumento del Fondo de Reserva de la Seguridad Social, el cual llegó a acumular casi 67.000 millones de euros en 2011 (equivalente al 6,5% del PIB). Aquel saldo en la ‘hucha de las pensiones’ ha quedado diezmado en casi un 40% durante el período del gobierno Rajoy, como consecuencia de la crisis y el incremento del desempleo (en 2014 había en el Fondo de Reserva 41.600 millones, o un 3,9% del PIB).



Más allá de los aspectos contables en la prestación de las pensiones, el cogollo de la discusión atañe a las bases de legitimación de nuestro Estado del Bienestar. Son precisamente los jóvenes-adultos los llamados a defender los logros de un modelo socioeconómico europeo que quizá ellos dan por consolidado y perenne, pero que está sometido a un constante acoso. Su eventual derrumbe sería aprovechado ipso facto por la avidez mercantilizadora del sector bancario y financiero. El ‘espejismo de la riqueza’ de corte hollywoodiense recaba conductas pasivas e individualizadas entre la cohorte de los jóvenes-adultos. Al recogimiento en la esfera de lo individual se le añade la promesa hedonista de lo asocial, el cálculo del interés personal y la reducción al mínimo de lo público. Ande yo caliente y ríase la gente, se decía antes.





Luis Moreno

Profesor de investigación del CSIC en el Instituto de Políticas y Bienes Públicos

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