DIOS SANTO, ¡LA QUE NOS ESPERA!

Manuel Fernando González Iglesias

Los españoles han visto como este año las vacaciones de sus Señorías del Congreso han sido más cortas que en otras legislaturas. Había que volver a la faena para aprobar, primero, con un debate fullero y de andar por casa la ayuda a Grecia, y luego los presupuestos que le deja Montoro a su sucesor para el próximo año, en el que, según ha dicho el propio ministro, no va a estar al frente del Ministerio más comprometido de cualquier gobierno europeo, especialmente, si geográficamente tiene su sede en el sur continental. Y luego ¿qué? Pues según parece, lo que sigue son las elecciones generales, en las que el partido popular y el PSOE van a perder la hegemonía bipartidista. Todo lógico y hasta previsible. Y sin embargo, algunos, no compartimos tanto razonamiento socrático, porque sospechamos que nuestros políticos se han querido olvidar intencionadamente del hecho más relevante que también debe estar incluido en la próxima hoja de ruta nacional.


Y aquí es cuando los catalano-españoles y los catalanes independentistas sí que lo tenemos claro. El 27 de Septiembre, dos trenes cargados con siete millones de pasajeros se van a encontrar en la misma vía, pero en dirección coincidente, sin que nadie haya conseguido evitarlo, causando una auténtica catástrofe que afectará a varias generaciones de ciudadanos que comenzarán por pelearse y acabarán al cabo del tiempo mirándose con resentimiento u odio, incluso cuando compartan mesa en el domicilio familiar.


A mí me importa un pito, si gana Mariano Rajoy o Pedro Sanchez. Si Pablo Iglesias cumple los pronósticos, o si Ciudadanos son la llave de la futura gobernabilidad. A mí, que vivo y pago mis impuestos en Catalunya y que me considero tan catalán como español, porque mis raíces gallegas o las andaluzas de mi esposa, me hacen situarme en ese lugar sin ninguna clase de dudas, aunque algún imbécil me llame unionista, que no es más que un insulto nuevo parecido al que antes se usó mucho con nosotros y que se decía en el mismo tono despreciativo : ¡charnego!, pues bien, a este ciudadano, lo que le preocupa, en estos precisos momentos, es si mis hijos y los hijos de quienes han decidido irse de España se van a matar por defender sus ideas en la calle o en las casas del avi, y si mi nieta a la que estoy preparando para vivir y trabajar en cualquier lugar del mundo podrá volver al lugar en el que nació sin que le digan que su abuelo fue un traidor porque defendió sus ideas por encima de sus intereses y éstas no coincidían con los que luego mandan.


¡Ya está bien de tanta palabra hueca y frases encendidas! No conducen a ninguna parte. Queda un mes para que unos ganen y otros pierdan. Una situación que las personas decentes no queremos que se produzca de ninguna de las maneras. Porque, gane quien gane, esa herida no la cura nadie con leyes, decretos, declaraciones unilaterales de independencia o solemnísimas invocaciones de la sacrosanta Constitución. En esta parte de la civilizada Europa hemos llegado ya a un punto sin retorno que si no lo solucionamos los propios catalanes, nadie va a poder a arreglarlo por mucho que nos aseguren lo contrario.


Dios santo, ¡la que nos espera!

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