​Paciente o cliente

Fernando Abraldes

Presidente de la Asociación de Pacientes e Usuarios do CHUS, hospital del SERGAS en Santiago. Licenciado en ciencias Económicas pola Universidad de Santiago de Compostela. Interventor y tesorero de la Administración Local desde 1989.  


La implementación de las nuevas tecnologías y la robótica en la entrevista médica será el nuevo impulsor de esta visión despersonalizada y deshumanizada que, si no la impedimos, convertirá definitivamente al paciente en un objeto


No hace mucho, una leve incidencia en una consulta externa del CHUS, calificada por el médico como inusual, me hizo reflexionar, más allá del caso concreto, sobre la relación médico-paciente en el ámbito de la salud pública y me vino a la mente esta afirmación de Michel Foucault en su libro La verdad y las formas legales: “el simple hecho de que alguien sea señalado como enfermo, el simple hecho de que ya está indicado, entre él y su médico, o entre él y los que le rodean, o entre él y la sociedad que lo designa como enfermo, una relación de poder. Eso es precisamente lo que hay que eliminar ”.


La relación interpersonal médico-paciente (RMP) todavía hoy tiene ese carácter de poder, marcado por una fuerte asimetría entre el médico, poseedor de la capacidad de curar, y el paciente, vulnerable, que reclama ayuda sin capacidad de decisión. Prevalece una mirada objetiva, donde el médico, según criterios de eficiencia impuestos por principios políticos y económicos ajenos a la propia relación, analiza al paciente desde una perspectiva puramente cuantitativa de síntomas y signos, ignorando las experiencias no cuantificables que inciden en las emociones y sentimientos asociados a la misma enfermedad. Este abordaje produce en el paciente un efecto de desconfianza, genera una crisis de liderazgo del médico y reduce la efectividad en el diagnóstico y tratamiento. Arthur Frank, en su obra The Wounded Narrator, ya advirtió que en la modernidad, en la que todavía estamos instalados, las tradiciones y prácticas culturales son reemplazadas por la técnica y el conocimiento científicos.


El diagnóstico basado en evidencia tiene como objetivo aumentar la eficiencia en el mundo de la salud, facilitando diagnósticos rápidos basados en síntomas cuantificables. La gestión clínica, defendida por el gobierno e inspirada en los principios del liberalismo económico, profundiza aún más en esta visión al involucrar al personal de salud en el uso eficiente de los recursos y medios disponibles, poniendo en el mismo equilibrio necesidades y recursos limitados de atención. En este enfrentamiento entre medios y necesidades, los pacientes siempre salen perdiendo. Séneca ya advirtió del peligro despersonalizado del propósito de la relación cuando en un texto afirmó que “Así, al médico que no me toca la mano y me pone entre los que visita apresuradamente, no le debo nada más, porque no ve en mí al amigo, sino al cliente ... ”.


Para el paciente enfermarse no se trata solo de síntomas invalidantes, sino también de someterse a nuevas pautas de estilo de vida, dependiendo de otros que decidan sus hábitos asociados a la enfermedad, y limitando su ámbito laboral y social. Se trata, en definitiva, de vivir con una visión limitada de uno mismo, despojado de autoridad para afrontar de forma autónoma la propia situación. Si el médico tiene conocimientos científicos, el paciente es un experto en síntomas y vivencias y, por tanto, debe ser escuchado y visto en todas sus dimensiones para poder distinguir el dolor del sufrimiento.


Los principios del liberalismo económico llevados al mundo de la salud pública obligan a los médicos y pacientes a transitar por un camino donde los resultados estadísticos y la reducción de costos prevalecen sobre la atención y la curación de calidad, en el momento adecuado y donde el tiempo personal dedicado al paciente es, en las palabras empleadas por la multinacional estadounidense Medtronic SA, un “desperdicio de cuidados”. La implementación de las nuevas tecnologías y la robótica en la entrevista médica será el nuevo impulsor de esta visión despersonalizada y deshumanizada que, si no la impedimos, convertirá definitivamente al paciente en un objeto que apuntará a ser parte del saldo de sumas y cuenta de resultados del  sistema de salud pública.


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