Un debate a cara de perro

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Tal vez, como yo, haya dedicado casi dos horas de su vida a ver el cara a cara entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. Con suerte, tal vez sea parte del otro espectro de la población, aquel grueso de la ciudadanía que dedicó su noche de un caluroso lunes de julio a una actividad mucho más productiva como puede ser, qué sé yo, pedir cita en el callista. Cualquier cosa es mejor que el bochorno televisado que ofrecieron los dos candidatos a presidir el próximo Gobierno de España en un cara a cara convertido en lo más próximo que podemos ver en televisión a un duelo a navaja oxidada entre dos monos capuchinos. 

 

No sé usted, pero yo no esperaba ver un Bobby Fischer contra Boris Spasski, aunque sabía que como aquel el de A3Media iba a ser un enfrentamiento entre bloques, entre dos formas de entender el país, aunque nadie dice que alguna sea la correcta, y menos cuando el bipartidismo se dio por muerto y enterrado en Españita hace ya mucho tiempo. Ninguno presume de una dialéctica sagaz ni de ser gran estratega, sino que pueden tirar como mucho de cierta percha y de algún que otro relato bien vendido en medios afines. Pero para ir a un debate hay que presentarse con algo más que unos folios y la mejor de las sonrisas.

 

Lo que se vio fue un desbarajuste de ideas, de puñetazos lanzados al aire desde el rincón pero con los ojos cerrados. ¿A alguno de los presentes le quedó clara cuál es la política propuesta en torno a la vivienda? ¿Tenemos claro cuál es el futuro de nuestra sanidad pública? ¿Sabemos acaso la opinión del señor Feijóo sobre que sus teóricos socios de ultraderecha nieguen la violencia machista cuando el goteo de asesinatos a mujeres por el hecho de ser mujeres en las últimas tres semanas ha sido desgarrador y constante? ¿Sabemos si el señor Sánchez derogará, como prometió, la Ley Mordaza? ¿Sabemos algo que no supiésemos antes de las 22 horas de ayer? 

 

Sabemos no sé qué del Falcón y que usarlo cuesta menos que rescatar las cajas de ahorros gallegas. O algo así me pareció entender, porque entre que no dejaban de interrumpirse y el "¿Pero me va usted a dejar hablar?" de uno y el "¿Pero puedo terminar de hablar?" del otro, lo cierto es que salí con la cabeza tan embotada del cacareado debate que necesité para restablecerme algo más tranquilo y sosegado, como una sesión de 6 horas de música house. 

 

Y no sería inteligente tirar piedras contra mi propio tejado, pero mientras estos se tiraban los cazos y sartenes a la cabeza, ¿dónde estaban los periodistas? Moderando desde luego que no, porque el debate, en vez de fluido, resultó confuso, ininteligible y esperpéntico. Ni Ana Pastor ni Vicente Vallés parecían realmente preocupados de que a la ciudadanía les llegase un mínimo de coherencia a través de la caja tonta -que hizo honor a su apodo en una noche gloriosa para asesinar no pocas neuronas-. 

 

Puede que esto sea consecuencia de dejar los debates electorales en manos de televisiones privadas con sus evidentes intereses económicos y partidistas en lugar de celebrar un enfrentamiento amplio y bien dirigido en una televisión pública, financiada por todos, con sus muchas críticas pero con una aparente pátina de imparcialidad que no será tal, pero que al menos garantiza el uso de un servicio esencial para una democracia plena en lugar de someter a los electores a la elección interesada de los candidatos. Esto lo ven hasta las hormigas. 

 

¿Qué tan difícil debe ser tener a alguien que en un momento dado cuando, en el hipotético caso -¡Pardiez! ¡Dios me libre de que ocurra algún día tamaño despropósito en política!- de que alguno de los candidatos mienta de forma descarada a la audiencia, automáticamente algún ente, digamos moderador o periodista presente, pueda parar el coloquio y decir: "Oiga, que eso que ha dicho es mentira"? Debe de ser complicadísimo. Solo lo estaba haciendo toda Twitter, porque a golpe de click tenemos la hemeroteca, tan útil para desmontar algunos bulos y contrastar más de una cifra. Ay, ojalá se le hubiese ocurrido a alguien. En su lugar, asistimos a este teatrillo, que ya podrían haber censurado como se viene haciendo en los últimos días. 

 

En fin, que seguro que uno de los dos ha ganado su voto. O lo ha perdido. O lo ha cambiado por lo que sea que estuviese vendiendo Jordi Hurtado durante el intermedio. ¿Me pareció verlo dos veces y hablando consigo mismo o era el ictus que asomaba para redondear la noche? Si eres un indeciso, seguirás indeciso. Yo tampoco he encontrado las ocho diferencias. No he visto ni dos, Julio. 

 

Acabo la noche a gatas buscando la dichosa biodramina, porque el viaje que me han dado esos dos me ha dejado mareado, exhausto y sin saber a cuál de los dos le ha salpicado más el vómito del otro. ¿Y a dónde miraba Feijóo en el minuto final? ¿A quién dirigió esos ojos color aguamarina? A lo mejor al teleprompter. Está claro que los dos se traían las barras escritas desde casa. Barras, barras, pensalas. 

 

Si alguien ha entendido algo, que me lo haga saber, porque me voy con la sensación de no saber nada, de no comprender qué es España y peor, en qué quieren que se convierta. Yo me abstengo de valorar quién ha ganado; usted no se abstenga el 23 de julio. Aunque, si es por el debate, entiendo sus dudas. Tanto ten Xan como Pericán. Y yo he perdido dos horas. 

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