El asalto al Capitolio y el huevo de la serpiente

Manoel Barbeitos
Economista

El asalto por la fuerza al Capitolio (edificio que alberga las dos cámaras del Congreso de los Estados Unidos) a cargo de miles de seguidores (algunos de ellos armados) del derrotado candidato republicano la presidencia, Donald Trump, es un acto fascista. Un hecho que obligó a suspender temporalmente la proclamación de Joe Biden como presidente de los Estados Unidos, que llevó la que se habían cerrado las puertas del Capitolio y que dejó el balance de cuatro personas muertas y de una decena heridas. Datos que certifican la gravedad de lo sucedido y que traen a la memoria actos fascistas de simbología semejante como fueron, por caso, el asalto e incendio del  Reichstag en Berlín (1933) o el bombardeo del Palacio de la  Moneda en Santiago de Chile (1973). Esperemos y deseemos que este acto fascista no sea el prólogo de acontecimientos de similar gravedad, pero harían bien los demócratas estadounidenses en tomar las medidas necesarias para que eso no suceda, por caso, comenzando por no menospreciar la auténtica gravedad de lo sucedido.


Un acto que no se debe separar de la deriva política antidemocrática y parafascista que los Estados Unidos vienen tomando en los últimos tiempos pero de manera más visible desde la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos (enero 2017). Un triunfo evaluado por cerca de 63 millones de votos y en los que la clase trabajadora blanca jugó un papel decisivo. Un aval que se extendió a 33 de los 50 estados que componen esa nación de naciones, lo que puso en evidencia un gran apoyo popular. Un triunfo aquel que dio paso a una presidencia profundamente conservadora y reaccionaria, autoritaria y antidemocrática pero que, a pesar de eso, logró que se incrementasen espectacularmente los votos republicanos: 72,5 millones de estadounidenses/as votaron por Donald Trump en estas últimas elecciones presidencias, ¡9,5 millones más que hace cuatro años!


Tanto el elevadísimo número de apoyos mostrados como que muchos de ellos procedan de una clase trabajadora que había sido durante décadas el principal caladero de votos del Partido Demócrata son hechos que ponen en evidencia la dimensión real de la crisis política estadounidense. Una crisis que teniendo una mayor visibilidad a nivel político esconde unas caras económica y social muy claras que le dan el carácter de una crisis  sistémica, tal como ya había sido anunciada hace años (2017) por el gran Noam Chomsky ("Réquiem por el sueño americano". Editorial sexto.piso). Una crisis sistémica que ahora se ve ampliada por la pandemia de la COVID-19 y la desastrosa gestión llevada a cabo por la administración Trump (los últimos datos a hora de redactar este artículo apuntan a un balance de más de 14 millones de afectados y casi 300.000 fallecidos).


Una crisis económica que a nivel internacional se ve confirmada por la imparable caída de los EE.UU. como potencia líder de la economía mundo capitalista en beneficio de China. Una crisis social que se refleja en una muy fuerte caída del bienestar y la calidad de vida de las clases trabajadoras (empleo, salud, esperanza de vida, exclusión y pobreza...), muy especialmente de la clase trabajadora blanca que ahora no solo vota a los republicanos sino que se aproxima a posiciones fascistas y  anti- establisment.  Una crisis política que divide cada vez más la sociedad estadounidense y que, como muy bien señala el profesor Vicenç Navarro ("Las consecuencias de la escasa democracia en Estados Unidos") alimenta una creciente polarización.


Un país enquistado en una crisis sistémica, huérfano de partidos políticos y organizaciones que representen auténticamente la voluntad popular, a caballo de una sociedad fuertemente dividida y con enormes déficits sociales y que al mismo tiempo se ve  zarandeado por un discurso  parafascista puede parir graves conflictos políticos como el que ahora estamos viendo. Una conflictividad que no va a desaparecer con la victoria del demócrata Joe Biden por que las raíces de los males son muy profundas, porque el Partido Demócrata no es, ni de lejos, el partido de esas clases trabajadoras más castigadas por la recesión económica y la pandemia y, lo más relevante, porque el trumpismo, a pesar de la derrota, cuenta con un enorme y muy extendido apoyo popular.


Los próximos meses comprobaremos si los políticos y la ciudadanía estadounidenses son quien de impedir que la serpiente fascista incube y engorde sus huevos en el nido de la democracia.   

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