​Un cadáver en el armario

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

En mi armario, además de más camisetas de fútbol de las que me gustaría admitir, hay algún que otro cadáver. Como todos guardo secretos en el fondo de mi interior, seguramente más de los que soy consciente y de los que reconoceré jamás. Algunos los aireo cada poco, otros los comparto solo con aquellos a los que creo mis escuderos y que me ayudarán a derrotar al monstruo o, al menos, a darle cristiana sepultura a los muertos que arrastro. Otros quedarán para siempre en el fondo, junto con la ropa que prometí ponerme el día que bajase de peso. Sin embargo, en mi armario no estoy yo. Porque tener que encerrarte en tu propio armario tiene que ser terrible y algo que no me puedo ni imaginar, solo solidarizarme con aquellos que encuentran en el suyo un refugio que los salvaguarda de un mundo hostil y que todavía hoy, bien entrado el S.XXI, los rechaza.


Parece que los tiempos que nos toca vivir empujan a muchos a permanecer un poco más en ese armario. Este es un proceso sin pautas, en el que nadie puede forzar a nadie y que solo el implicado puede tomar la decisión de abrir la puerta, o tirarla abajo o permanecer allí el tiempo que estime. Sin embargo, hay acciones que no invitan a que algunos miembros del colectivo LGTBI se sientan con la fuerza mental suficiente como para existir en libertad. Como el hecho de que la UEFA, que obliga a sus clubes a llevar un parche bien gordo con la palabra 'RESPECT', claudique ante Orban y sus políticas homófobas al prohibir a Alemania a engalanar el Allianz Arena con la bandera arcoíris para protestar contra la persecución que sufren los homosexuales en Hungría. O que el duende verde saque 52 escaños en el Congreso de los Diputados y con sus aliados busque tumbar la Ley Trans o derogar el matrimonio entre personas del mismo sexo. O que te puedan pintar la casa, o insultar, o directamente matar, si pones la bandera LGTBI en tu balcón, o vas de la mano con tu pareja, o si besas a tu marido. O si los antidisturbios te abren la cabeza si vas a una mani para condenar el asesinato de Samuel. Son cosas que, por lo que sea, no animan a creer que el tema está normalizado, ya que parece que la elección es o armario de roble o caja de pino.


El asesinato de Samuel, aunque lo pueda parecer, no es un hecho aislado. Las conductas homófobas y los crímenes de odio están a la orden del día, aunque la Justicia pueda determinar que la muerte de Samuel no sea tipificada como tal. Será la investigación la que acabe esclareciendo si fue su condición la que condenó a Samuel o no. No dudo de que el detonante de la reyerta pudiera ser cualquier otra cosa. Tal vez los asesinos de Samuel no odien a los gays. Tal vez solo sean unos bestias que merecen pasar mucho tiempo a la sombra. Tal vez sean ambas cosas. Lo que está claro es que son unos asesinos, que después de dejar a un muchacho de 24 años malherido en el suelo, volvieron a la carga como una terrible jauría a rematar a su presa. Lo que también está claro es que se sintieron impunes a la hora de cometer una atrocidad semejante, como se sienten aquellos que lanzan sus discursos de odio en redes o en tribunas y que inflaman a todos los que hoy celebran la muerte de Samuel. No son pocos. Calculo que en torno a los 3.656.979, voto arriba voto abajo.


Estos días tampoco son idóneos para ser periodista. Tenemos que andar con pies de plomo y lo que publicamos y cómo titulamos se mira con lupa. No es para menos. Muchos lo hacemos con la convicción del que se siente observado y sabe que hay muchos agazapados esperando un pequeño desliz, un leve tropiezo para desligitimar la lucha del colectivo LGTBI. Cualquier salida de tono, cualquier intentona de sacar los pies del tiesto puede ser una losa para uno de los movimientos sociales más denostados de la historia.


Por eso, porque cada palabra cuenta, es crucial dejar claro que a Samuel lo asesinaron, y que le arrebataron la vida entre más de una docena de personas al grito de “maricón de mierda”, y que eso comporta un evidente componente homófobo. Cuántas personas no tendrán como últimas palabras un maricón, o puta, o zorra, o guarra... Cuántas más hacen falta para que no hagan falta más. Es cuestión de todas y todos y todes que arrebatemos estas palabras a los que las usan como insulto y las hagamos propias para ser así unos orgullosos maricones, mariquiquis, bujarras, julandrones, maricayos, sarasas, reinonas, invertidos y mariposas. Y con suerte algo más libres y con menos cadáveres en el armario.   


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