El asesinato de Samuel y la cultura del odio

Manoel Barbeitos
Economista

El cruel asesinato de Samuel Luiz, víctima de una salvaje paliza dada según la policía por "una turba humana pateando a un chico por más de 150 metros en plena calle", es una manifestación más de hasta donde puede llegar la cultura del odio.


Una cultura del odio que se alimenta por muy diferentes medios. Por unos partidos políticos (PP, VOX, Cs) que tratando de frenar cualquier avance progresista e igualitario no tienen escrúpulos en abandonar los criterios democráticos para mentir y difamar, incluso en los Parlamentos, sin importarles crear crispación entre la ciudadanía y favorecer el enfrentamiento. Una Iglesia católica que demoniza cualquier posición que cuestione tanto sus ancestrales privilegios como sus reaccionarias creencias. Unas emisoras de radio y unas cadenas de televisión privadas que no paran de verter odio, y una prensa escrita que difama y ataca a lideres y dirigentes políticos con una saña impropia de demócratas. Un poder judicial que cuenta con magistrados obsesionados por perseguir a voces críticas con el fascismo y el autoritarismo. Unas cloacas policiales que fabrican trolas y compran voluntades. Todos ellos difundiendo y alimentando una cultura de odio.


Las evidencias son contundentes. ¿Cómo sino calificar la persecución a que están sometiendo a un partido democrático como UNIDAS PODEMOS y a sus dirigentes? ¿Por caso no están alimentando el odio contra ellos como se puede comprobar por las frecuentes amenazas en las redes ("si me encuentro en la calle a un dirigente de UP le pego un tiro")? Para entender tal persecución no deberíamos perder de vista la evidencia de que la mayoría de las medidas más progresistas del actual gobierno español son promovidas por los ministerios de UP. Tampoco que en una clase política en la que está muy extendida la corrupción los lideres de esta organización, a pesar de la persecución judicial y mediática a la que están sometidos, aparecen limpios de ese cáncer.


Una persecución que se extiende a la mayoría de voces críticas e independientes y que bajo la bandera de "una España grande y libre" también alcanza tanto a los dirigentes políticos independentistas como a las mayorías ciudadanas que no comulgan con esa bandera. ¿Tal persecución no busca, por caso, sembrar el odio entre los pueblos de España ("nunca abandonaremos a nuestros compatriotas catalanes que sufren la dictadura totalitaria del separatismo")?.


He ahí también el objetivo último de las soflamas que estos abanderados del odio lanzan contra aquellas medidas que, por caso, procuran avances en la igualdad de género ("a las mujeres no nos hace falta una política específica para nosotras ni que el Estado nos preste una protección especial"). Para estos negacionistas de la desigualdad de género la evidencia de que el número de víctimas de género no para de crecer no es un tema relevante ("nosostros vinimos a poner patas arriba el consenso progre, la dictadura del pensamiento único, las mentiras del feminismo"). Estamos, por tanto, delante de un pensamiento político que demoniza a las mujeres por querer algo tan obvio como ser libres e iguales en derechos y oportunidades.


Soflamas de odio que atacan comportamientos y gustos que no casan con la cultura nacional católica: por caso, ¿no podemos comprobar que con motivo de la aprobación por parte del gobierno español de la Ley trans, que busca frenar el acoso y la discriminación que sufre el colectivo LGTB, las agresiones y los ataques homófobos están creciendo ("en España hemos pasado de dar palizas a los homosexuales a que ahora estos colectivos impongan su ley"). ¿No se siembra la cultura del odio y se estimula la agresividad cuando para denostar el ya deficitario estado de bienestar se responsabiliza las minorías étnicas y a los y las inmigrantes de los fallos e insuficiencias en las políticas públicas ("una mena" -menores extranjeros no acompañados- "4.700 euros a los mes, tu abuela 426 euros de pensión/mes")?.


La cultura del odio se extiende porque hay sectores y grupos de presión, que disfrutan de grandes privilegios y cuentan con muchos medios, interesados en su alimentación y expansión. El que seguramente no esperaban estas élites y sus afines es ese brotar en todos los pueblos de España de profunda solidaridad con las víctimas que tales acosos están provocando.   

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