El sueño americano

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Ayer despedí a una amiga en el aeropuerto. Fue un adiós a lo Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, asumiendo ambos que debía coger ese avión porque, de no hacerlo, se arrepentiría. Tal vez no ahora, tal vez ni hoy ni mañana, pero más tarde, toda la vida. Pero al despegar el aparato ni Louis me acompañó entre la niebla ni Sam la tocó otra vez. Solo quedé yo, vacío y con ojos vidriosos en un Alvedro que nunca tanto se pareció a Casablanca. 
 

Se marchó rumbo a Miami, previa escala en Madrid. Aquí no hay trabajo y allí, dicen, lo hay a espuertas. Las fábricas no contratan y a la poca gente que tienen en plantilla la están mandando a casa. De los teléfonos de las ETTs -en gallego pronunciadas “sanguixugas”- cuelgan telarañas, porque ya ni ellas tejen hilos para que un puñado de obreros limpie pescado una temporada o empaquen latas de conserva. Al otro lado del Atlántico hay la promesa de un trabajo temporal, durante unos meses, la oportunidad de descubrir un país nuevo, aprender una nueva lengua, conocer gente diferente, sumergirse en otra cultura…
 

Estados Unidos sigue todavía hoy prometiendo el sueño americano. Ese país, siempre susceptible de ser invadido por alienígenas de un momento a otro, que garantiza riqueza para aquellos con ganas de trabajar en una eterna fiebre del oro. Al menos eso es lo que vende Hollywood, su mejor campaña publicitaria, capaz de presentarnos a Estados Unidos como un país de florecientes oportunidades y no el país aterrador de los más de 100 tiroteos masivos en los primeros 67 días de 2023 o de los muertos a la entrada de los hospitales por carecer de seguro médico y apostar su sistema de valores al capitalismo voraz. Ese es el poder del cine, una máquina capaz de cambiar nuestra percepción y nublarla ocultando todo lo malo, hasta el punto de convertirme a mí en un moderno Rick Blaine al principio de este relato o a Estados Unidos en un país modelo.
 

“Serán solo unos meses”, me dice. Repite el discurso que pronunciaron muchos otros antes que ella cuando iban a hacer las Américas. Parece que nos va en el ADN gallego. Y es cierto. Podría no adaptarse y estar de vuelta a los tres días. Podría salirle bien, y volverse en verano con algunos doblones en los bolsillos. O podría caer de pie en la costa este, y esos meses se convertirían en un año, y el año en un lustro, y el lustro en una vida. Imposible predecirlo. Cuántos gallegos no habrá en Nueva Jersey con acento de Palmeira. Cuántos no habrá en la Luna. 
 

Pese a todo, no es a la primera que veo irse, y estoy seguro que no será la última. No hace falta emigrar a Miami, como hizo LeBron en su día -también él acabó volviendo a casa al cabo de un tiempo-, basta con irse más allá de Pedrafita. Me da igual si es Madrid, Vitoria, Granada, Lyon o Lucerna. Extraño a cada uno de ellos al tiempo que celebro que allá, donde sea, hayan encontrado las oportunidades que no les dieron en casa.

 

El avión vuela rumbo al escenario de Miami Vice, El Precio del Poder o Policías Rebeldes, y yo me quedo pensando que qué necesidad tendrá de irse a ninguna parte. Si en España hay de todo. No se vive tan mal, si lo piensas. No hay trabajo, bueno. No es el fin del mundo. Ni que hubieses perdido tu casa y todo cuanto tenías por un terremoto. Ni que una guerra te haya desplazado a ti y a los tuyos porque los soldados han arrasado tu ciudad. Ni que el cambio climático provocase que los manantiales se sequen, los campos dejen de producir alimento y la hambruna cubriese tu país. Ni que un gobierno extremista religioso te forzase a abandonar el país y a todo el que piensa diferente a ellos. Ni que las leyes de tu país te persiguiesen por ser homosexual, o transexual, o zurdo, o diestro, o de cualquier manera que tú quieras ser. 
 

Visto así, no hay motivos para irse a Miami, pero se me ocurre que son suficientes como para querer prenderle fuego a un cajero o al Parlamento italiano. ¿Vivir mejor es un buen motivo para emigrar? ¿Y sobrevivir? ¿Cómo no cruzar entonces el Mediterráneo? ¿Cómo no saltar una valla? ¿Cómo no arriesgarlo todo cuando no hay nada que perder salvo la vida? ¿Qué no serías capaz de hacer? ¿Cuánto podrías dejar atrás? ¿A qué no serías capaz de renunciar? Tal vez ese sea el verdadero sueño americano, reducido a aguantar el chaparrón y salir adelante. Como se ha hecho siempre. Aquí y en la Florida. Ahora, ve con él, Ilsa. Siempre nos quedará París. 


 

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