¿En Galicia? En Galicia la vida sigue igual

Dejando a una orilla las euforias particulares, lógicas, aunque seguramente excesivas, el escenario político que aparece luego de las elecciones autonómicas del pasado 18 de febrero muestra que en Galicia la vida sigue igual.

La vida sigue prácticamente igual poquer el PPdeG continúa gobernando la Xunta de Galicia  por mayoría absoluta, lo que le permitirá mantener tanto un férreo control de la actividad parlamentaria como una utilización groseramente partidista de los medios públicos (CRTVG) y de la mayoría de los privados. Seguirá el deterioro de lo público (especialmente de las funciones de bienestar) en beneficio de lo privado (con los fondos de inversión teniendo cada vez más parcelas de poder), la precariedad del mercado laboral (que seguirá obligando a los jóvenes más cualificados a emigrar), la práctica desaparición de sectores productivos estratégicos (de seguir así las explotaciones ganaderas pronto serán restos históricos para visitas turísticas), el idioma gallego será la lengua de unas minorías y el pulpo, la empanada, y la charanga serán las bases del patrimonio cultural.

La vida sigue prácticamente igual porque las izquierdas gallegas volvieron a perder las elecciones y continuarán en la oposición, aunque se dieron algunos cambios a nivel interno. Si bien es indiscutible el ascenso del BNG (31,6% de los votos y 25 diputados: el mejor resultado de su historia) no es menos cierto que se quedó lejos del objetivo estratégico fijado, que no era otro que acceder a la presidencia de la Xunta. Un objetivo que, es justo decirlo, se sabía muy difícil de alcanzar tanto a causa de su precariedad en la implantación local (36 alcaldías y 590 concejales) que llevó a que fuese la fuerza más votada en 13 ayuntamientos, como al sectarismo de la apuesta sindical (CIG) que la aleja de las otras fuerzas sindicales mayoritarias (UGT y CCO) y le resta apoyo entre las clases trabajadoras gallegas. No debiera caber duda de que para aspirar seriamente a la presidencia de la Xunta de Galicia el BNG debe revisar tanto su estrategia municipal como sindical, pues precisará de ampliar los apoyos en esos campos.

Pero donde se produjeron los mayores desastres fueron en la socialdemocracia gallega (PSdeG) y en la autodenominada nueva izquierda (Sumar y Podemos). Cuando parecía que el PSdeG había tocado fondo a causa de las continuas y recurrentes divisiones internas, el resultado de 18 de febrero, el peor de la historia, lo coloca en una posición de extrema debilidad y futuro incierto. Estamos delante de una organización política sin principio ni ideología de por sí, víctima de las divisiones internas y de la mediocridad en la dirección pero que aún conserva una importante presencia institucional (96 alcaldías, 2 Diputaciones). Una organización que debería reorientar su rumbo, tiene mimbres para hacerlo, que precisa dotarse de una dirección que sea quien de recuperar la autoestima y la confianza de sus militantes así como dotarse de un proyecto político y organizativo acorde con la realidad  gallega actual: Galicia lo precisa.

En relación a la “nueva izquierda” (Sumar, Podemos) hay poco que decir más allá de aquello de que “quien siembra vientos recoge tempestades”. Pues si volvemos la vista atrás nos encontramos con que, en el formato de En Marea, esta izquierda llegó a ser la segunda fuerza del país y a liderar la oposición durante una legislatura para luego desaparecer fruto de las luchas y miserias internas que nunca la abandonaron y que le llevaron a la situación actual. Un devenir que nos hace recordar la fábula del “escorpión y la rana”.

Volviendo al principio, y pasando por encima de los avatares particulares, si miramos al conjunto la realidad que encontramos, luego del 18 de febrero, es la de que EN GALICIA A VIDA SIGUE IGUAL.