No debería pasar, pero pasa

Rodrigo Brión Insua

Rodrigo Brión Insua (A Pobra do Caramiñal, 1995). Grado de Periodismo en la Universidad de Valladolid (2013-17). Redactor en Galiciapress desde 2018. Autor de 'Nada Ocurrió Salvo Algunas Cosas' (Bohodón Ediciones, 2020). 

En Twitter: @Roisinho21

Hace un mes, preparando una serie de entrevistas con motivo del 25 de noviembre, añadí a la lista de preguntas que iba a formular a las representantes políticas de las tres fuerzas del Parlamento de Galicia una cuestión relativa al, por entonces, “bajo” número de víctimas de la violencia machista en España. El penúltimo mes del año lo acabamos con 38 mujeres asesinadas, lo que podía prometer que 2022 sería la vuelta al sol con menos asesinatos machistas desde que hay registros. Roi, eres tonto. Tonto e ingenuo. Lo fuimos todos. Porque mira que hay hijos de puta…y a veces lo olvido. 

 

Esta mañana hasta me flaquearon las piernas cuando en la ducha, mientras escuchaba ‘Las 8 de Hoy por hoy’, me estremeció el relato de cómo una mujer en Toledo había sido asesinada a manos de su expareja, delante de sus hijos de 14 y 13 años, y a pocos días de dar a luz. Tenía solo 34 años. No pude evitar soltar un lamento que se escuchó al otro lado de la puerta y que repetí dos veces más, una por cada víctima de este 29 de diciembre. Ya son casi 50 en todo el año, que todavía no ha acabado, dejando, esta vez sí, 38. 38 huérfanos. 38. 


Solo unas semanas atrás las representantes políticas de un color y otro celebraban -si es que me permiten usar es término tan alegremente-, con prudencia y tocando madera, las cifras de aquel entonces, que dibujaban un aumento de denuncias, lo cual significaba, en parte, que las víctimas no estaban tan silenciadas, que existían canales para asesorarlas y salvaguardarlas, y que cada vez había menos miedo a señalar al maltratador. Todas coincidían en que 38 seguía siendo un guarismo terrible y descorazonador. Hoy se preguntan qué falla para que este diciembre se puedan superar todos los registros, con ocho feminicidios en los últimos días.

 

Se me ocurre que los que fallamos somos todos nosotros. Porque no todo vale ni todas las opiniones son respetables. Legitimamos discursos de odio y toleramos que algunos partidos políticos encuentren como interlocutor válido para hacer política, para gobernar, para planear mociones de censura o gobiernos de coalición, a los fascistas que niegan por sistema la violencia de género, eliminan las partidas presupuestarias que ayudan a su lucha o se levantan en los minutos de silencio en memoria de las víctimas. Es solo un ejemplo, como también lo es el hecho de que campañas con una clarísima perspectiva machista pasen el filtro de todos los teóricos organismos de control para difundir mensajes tan peligrosos y obsoletos como que si no quieres que te pase nada no te vistas como te vistes y mejor quédate en tu casa, porque a dónde irás tú sola de noche. “No sabemos cómo no lo vimos”, justifican. Claro, es que no debería pasar, pero pasa.  

 

Y poco nos pasa. Porque son ya, ¿qué? ¿Cuántas? ¿48? ¿49? Ni lo sabemos. Hay tantas que no entran dentro del cómputo de las autoridades que las cifras casi ni se pueden tomar en serio. Porque no alcanzan a reflejar la realidad y la verdadera dimensión del problema. Tantas madres, hijas, hermanas, parejas, vecinas, amigas, compañeras de clase, colegas de profesión, conocidas del supermercado, personas con las que coincidimos en el bus, mujeres en definitiva que son asesinadas a manos de bastardos sin corazón ni cabeza. 

 

¿Cuántas pueden ser? ¿1.181 solo desde 2003? Imaginen un asesinato cada segundo durante 20 minutos. Es lo que he tardado en escribir este artículo. No he tardado mucho porque estoy tan tristemente acostumbrado a hablar de este tema que vomito cada palabra ya dicha. Y en 2023 volveré a hacerlo. Porque o cambiamos ya, o rompemos ya con esta sociedad machista, tarada y asesina, preocupada en sabe Dios qué pero no en lo verdaderamente importante, o esto seguirá pasando cada año. Cada mes. Cada día. Día tras día. Muerte tras muerte. Y seguirán sumando números a una cuenta escrita con sangre. Y mientras nos repetiremos una y otra vez qué pasa. Qué nos pasa. No debería pasar. Pero pasa. 

 

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